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Lo que aprendí viajando por el mundo haciendo voluntariados

Esto es lo que aprendí viajando por el mundo haciendo voluntariados. Espero poder transmitirte esas ganas e inspiración para que salgas a vivir tus propias experiencias.

5min

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Cuando nos decidimos a hacer un voluntariado, lo primero que pensamos es en la ayuda que vamos a brindarle al host. Calculamos, mentalmente, la cantidad de horas que vamos a dedicarle a nuestras tareas, cuantos días por semana y cuántos días vamos a tener libre para poder recorrer la ciudad en la que nos encontremos. Lo que nadie nos cuenta es que, al fin de la experiencia, los que más aprendemos somos, justamente, nosotros.

Lo que aprendí viajando por el mundo haciendo voluntariados

1. Las amistades no entienden de idiomas:

Es probable que, durante nuestras experiencias en voluntariados, viajemos por diferentes continentes y compartamos nuestras tareas con viajeros de todo el mundo. Algunos hablaran nuestro idioma y otros, no. ¿Sabes qué es lo mejor? Es que esto no es ningún impedimento. Sin casi darte cuenta, el vínculo que se va a crear va a ser tan fuerte que van a estar compartiendo risas, llantos y alegrías todos juntos, frente a un fogón, con una cerveza, mirando el mar o bajo las estrellas (o bueno, todas a la vez).

Algunas veces, la experiencia de voluntariado se va a dar en un pueblo muy chico, alejado de las grandes ciudades, donde los bares, discotecas y salidas nocturnas escasean. De repente vas a darte cuenta que el plan para tu noche libre es comprar una botella de vino, cocinar una rica cena para todos y compartir una noche de charlas, películas y anécdotas con los demás voluntarios. El lazo que se va a formar, déjame decirte, va a ser cada día más fuerte y, en un abrir y cerrar de ojos, vas a tener nuevos amigos que van a durar para toda la vida.

2. La sonrisa es el lenguaje universal

A veces vamos a tener trato directo con la gente del país donde estamos haciendo el voluntariado. Bueno, a veces no. Siempre. Y muchas veces no vamos a poder hacernos entender. 

Me ha pasado, por ejemplo, mientras enseñaba inglés en Vietnam, que los nenes y nenas, de unos 5 años, entendían poco y nada de inglés. Y mi vietnamita… Bueno, no es el mejor que digamos. Aunque por momentos podría parecer frustrante la poca comunicación que se podía generar, con el tiempo me empecé a dar cuenta que todo se arregla con una sonrisa

Con solo sonreírles y darles un abrazo, los nenes y nenas de la escuelita se ponían demasiado feliz y se iban a su casa más que contentos. Bueno vamos, que también está bueno enseñarles algo de la gramática del lenguaje, pero si no lo hacemos con una sonrisa, no tiene sentido. Uno puede ser mejor o peor en la tarea que realiza, sea la que sea, pero lo que no se negocia es nuestra actitud. Una sonrisa. Una mirada que calme. Un alma que regale alegría. Y todo lo demás cobra sentido.


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3.El trabajo en equipo

Pasa, bastante seguido, que cuando llegamos a un voluntariado, nos encontramos con otros voluntarios con los que vamos a compartir nuestra experiencia. Esto, además de presentarnos la oportunidad de generar nuevas amistades, nos pone ante el desafío de lograr combinar nuestras cualidades para que el resultado final se beneficioso para la persona que nos ofrece esta experiencia.

Claro, todos tenemos cualidades. Pero no todos tenemos las mismas. Pongamos el ejemplo de un hostel. Algunos serán muy buenos limpiando, prestan atención al detalle y son prácticos y eficientes. Otros son muy buenos en la cocina y algunos tienen una empatía especial para el trato con el huésped. Están, también, aquellos que son el alma de la fiesta y contagian a todas las personas presentes en el hostel, generando una salida en grupo a algún lugar lindo de la ciudad. Todas, absolutamente todas las cualidades son importantes y, por sobre todo, vitales en la vida del hostel. Es solo cuestión de saber combinarlas. Y de saber transmitirlas. Porque bueno, por yo saber cocinar muy bien, no implica que siempre voy a querer preparar la cena para 20 personas. Pero podría, por ejemplo, enseñarle al resto como hacer unos buenos spaghetti a la bolognesa. ¿O no?

Transmitir. Combinar. Valorar. Esos son los secretos de un buen trabajo en equipo.


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4. Sin dinero de por medio, el compañerismo crece exponencialmente

En muchos escenarios de la vida diaria, cuando el dinero hace su presentación y se pone en el medio de algo, o alguien, contamina todo. Todo se termina midiendo en base a cuánto dinero recibo y, si ese dinero es justo. Si el dinero es poco, mi actitud va a ser negativa. Si el dinero es mucho, la cosa cambia. Todo se termina viciando.

En un voluntariado, al no ser el dinero el motor de nuestra experiencia, se destacan valores que deberían estar presente siempre en nuestra vida diaria. Nos sentimos parte de algo, de una comunidad. Nos brindamos por y para el otro, en un cien por ciento. Además de amigos, nos convertimos en compañeros. Ayudamos en el momento que nos necesitan porque sabemos que, cuando nosotros lo pidamos, vamos a recibir la ayuda que estemos necesitando.

5. Los lugares se vuelven nuestro hogar

Una vez que nos tomamos el primer avión, o bus, o tren, o lo que sea, el concepto de casa cambia para siempre. Dejamos de tener una única casa para tener muchas, desparramadas por todo el mundo. A la hora de hacer un voluntariado, se genera un vínculo tan fuerte que ese lugar donde pasemos nuestro tiempo, sea quince días o tres meses, vamos a llamarlo casa. No una, sino varias veces. Y, cuando nos toque irnos, vamos a dejar una partecita de nuestro corazón ahí y, algún día, vamos a querer volver, aunque sea de visita. Es que viajar divide nuestro corazón en muchos fragmentos, para así poder estar presente, para siempre, en cada lugar que visitamos. Esa es la magia de poder dejar una huella.


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6. Las experiencias las hacen las personas

El voluntariado que elegimos puede ser en el mismísimo paraíso. En medio de una playa de arenas blancas y mares turquesas. El clima puede ser siempre soleado. Pero si no estamos rodeados de personas con las que poder generar un vínculo, no hay paraíso que sirva. Las experiencias, siempre, las hacen las personas. Eso es lo que nos vamos a llevar. Memorias. Anécdotas. Llantos. Risas. Pero todo compartido. Van a ser lo que quede de nuestro viaje por el mundo. Van a ser las que le den sentido a nuestro viaje. La tarea que nos toque hacer puede que no nos guste. Puede que la odiemos. Pero si la compartimos con personas especiales, todo cobra un sentido distinto. Estamos hechos de memorias. La memoria es el tesoro que nadie nos puede robar.

Esto es lo que aprendí viajando por el mundo haciendo voluntariados. 

Recuerda que a través de la plataforma de Worldpackers puedes encontrar cientos de opciones en todo el mundo para intercambiar tus habilidades por alojamiento y comida y así conocer a personas de todo el mundo. 



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