Cómo enseñar inglés y computación en Tailandia
Si tengo que elegir un tipo de voluntariado, me quedo siempre con los que involucren enseñanza. Es algo impagable. Aquí te cuento cómo enseñar inglés y computación en Tailandia.
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Voluntariados, hay muchísimos. Y los hay de todas las clases. Podemos ser voluntarios en un hostel, ayudar a recolectar almendras, pintar una casa o manejar las redes sociales de algún emprendimiento. Todas son lindas experiencias y, como siempre digo, de todo se aprende.
Pero, si tengo que elegir un tipo de voluntariado, me quedo siempre con los que involucren enseñar. Ya sea inglés, matemáticas o computación;estar en un aula con un grupo de nenes, compartiendo momentos y pudiendo transmitir conocimiento, es algo sencillamente impagable. Así lo fue mi experiencia en Phuket, Tailandia.
Cómo enseñar inglés y computación en Tailandia:
Aunque tuve varias experiencias que han involucrado la enseñanza durante mi viaje en el Sudeste Asiático, allá por el 2015, todas me llegaron en momentos diferentes de mi vida. Enseñar inglés en Phuket fue mi primer voluntariado. Mi primer experiencia. Me agarraba en un momento muy sensible.
Recién empezaba mi aventura por el Sudeste Asiático, solo con mi mochila acompañándome, y envuelto en una disputa familiar. Mis papás no querían que yo viajara, pensaban que estaba desperdiciando mi vida. Yo, convencido que viajar era lo que mi cuerpo y alma pedían, no les hice caso y emprendí viaje. La relación, hoy ya recompuesta, tuvo varios meses de fisuras y cortocircuitos. Es que hemos de estar dispuestos a renunciar a la vida que habíamos planeado, para poder vivir la vida que nos espera. Llevó un tiempo para que ellos lo pudieran entender.
Después de unos días en Bangkok y en las islas del sur, llegué a Phuket para enseñar computación e inglés en una escuela de la isla, abierta para hijos e hijas de expatriados. El origen de los nenes era, por sobre todo, variado. Venían de Inglaterra, de Estados Unidos, de Irlanda, de Gales, de Rusia y hasta de Italia. Todos sus padres querían que fueran educados bajo un sistema que mezclara algo de lo occidental y algo de lo oriental. Todo con el idioma inglés como lengua madre de la escuela.
¿Qué debía hacer en el voluntariado para enseñar computación e inglés?
Durante la semana los nenes de entre 2 y 14 años alternan clases de matemática, lengua, ciencias sociales, ciencias naturales, informática, más clases de Thai y, los que así lo requieren, ruso. La escuela crece a ritmo agigantado y no se puede creer cómo, en tan pocos años, logró tanto.
El primer día Natasha mi coordinadora, me dijo: “Vas a ver que no te vas a querer ir”. Guardé esas palabras en mi memoria y varios días después, charlando con ella, le confesé que tenía razón. ¿Cómo te puedes encariñar tanto con un lugar? ¿Cómo te puedes encariñar tanto en tan poco tiempo?
Los días pasaban y cada día disfrutaba más ir a la escuela. Escuchar el “Teacher Luciano” me daba piel de pollo y me generaba una hermosa sensación en la panza. Cada día era un sinfín de anécdotas y de cariño recibido. Los profesores, la mayoría de Irlanda, Gales e Inglaterra, me hacían sentir uno más. Era el más chico de todos, pero a ellos no les importaba.
Me integraban en las charlas, me pedían opinión, me hacían participar, les hablaban a los chicos de mí, me mostraban el más grande cariño posible. Tanto es así que me invitaron a participar de un partido de fútbol de Profesores vs Padres y me dieron la cinta de capitán. “Teacher Luciano, this is for you”.
Mis tareas en la escuela eran variadas. Algunos días los dediqué a informatizar su biblioteca, pasando a archivo Excel todos los títulos de sus libros educativos. Otros tanto los pasé como profesor auxiliar de informática, enseñándole a los nenes a usar algunos programitas, y jugando con ellos en las computadoras. Varios días más, cubriendo a algún profesor que estuviera enfermo. Nunca pensé que enseñar a leer las horas, minutos y segundos podía ser tan difícil. Sin importar la tarea que hiciera, siempre había una constante. La sonrisa de ellos. Y la mía.
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Las personas hacen la experiencia
Los nenes, un poco tímidos al comienzo, se empezaron a soltar de una forma que nunca hubiera imaginado. Si un día no me veían, al otro día venían corriendo y me abrazaban, acompañando el gesto con un: “We miss you teacher”. Cada día era un cuestionario diferente al que me veía sometido, pero al que respondía con una sonrisa de oreja a oreja.
¿De dónde sos? ¿Qué haces acá? ¿Cuál es tu próximo país? ¿Cuántos países recorriste ya? ¿Los marcas en el mapa? ¿Qué idioma hablan en Argentina? ¿Sos amigo de Messi? ¿En serio sos amigo de Messi? ¿Me pasas su teléfono? ¿Le decis que venga a jugar con nosotros?
En mis ratos libres, los profesores que vivían en el mismo hotel que yo (si, todos vivíamos en un hotel, con cuartos individuales y una pileta gigante), se las ingeniaban para hacerme conocer las partes más lindas de Phuket. Las mejores playas, las mejores vistas, la ciudad vieja, la mejor “noodle soup”, la mejor sopa con nosequé y nosequé más, el mejor mercado, el mejor café, el mejor licuado, el mejor, el mejor, el mejor.
Lejos de quedarme con el concepto que muchos tienen de Phuket (una ciudad de fiesta llena de vicios y arruinada por el turismo), me estaba llevando la mejor imagen de esta ciudad tan auténtica y encantadora. Y también iba generando vínculos duraderos con todos los profesores. Sin ir más lejos, años después, me reencontré con algunos de ellos en Sydney, durante los meses que viví en esta ciudad.
¿Vale la pena enseñar y dar clases en Tailandia mientras estás viajando?
Es todavía el día de hoy que miro para atrás y guardo un cariño inmenso por Phuket. No solo por el cariño recibido. Sino por haberme abierto la puerta a una experiencia tan linda en la que, al revés de lo que había pensado, me llevé más, mucho más, de lo que yo pude dar.
Al recordar esos días, no puedo evitar sentir una felicidad enorme. De ese primer día con tanta ansiedad, donde, apenas llegado, me paré enfrente de nenes de 5 años y, pizarrón mediante, les enseñé a escribir la hora, a ese último día donde todos y cada uno de ellos venía corriendo, me daba un abrazo, me pedía que no me fuera y me decía que me iba a extrañar. Cuánto amor puede dar un nene ¡Qué pocas preocupaciones tienen! Qué pureza tienen en sus corazones. Qué maravilla. Cuánto tenemos que aprender de ellos.
Mi visa de Tailandia llegaba a su fin y Malasia aparecía en mi camino. Crucé la frontera caminando y en silencio, pensando como no sólo que estaba viajando por el mundo, sino que lo estaba haciendo mientras enseñaba por Asia. Que lindo es derribar fronteras, ¿no?
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